En el cruce entre la arquitectura, el arte y la antropología, se encuentra Vange Tamez, una persona multifacética que fusiona su pasión por el diseño y la creatividad con una profunda comprensión de las expresiones culturales y su vínculo con el entorno natural.
En el cruce entre la arquitectura, el arte y la antropología, se encuentra Vange Tamez, una persona multifacética que fusiona su pasión por el diseño y la creatividad con una profunda comprensión de las expresiones culturales y su vínculo con el entorno natural. Con motivo del Día de la Tierra, nos sumergimos en una conversación con ella para explorar su relación con los materiales, como el fuego y la arcilla y cómo su trabajo refleja una constante exploración entre estos y el ser humano.
Había quien de niña la consideraba como un poco distraída, pero en realidad ella se supo siempre muy observadora. Esto se evidenciaba en su capacidad para estar inmersa en su mundo, apreciando el entorno y en las conversaciones que tenía con su madre sobre el lenguaje del color en su hogar. Esta atención a los detalles desde una edad temprana influyó en su elección de carrera hacia la arquitectura y en los diversos intereses que paralelos a esta disciplina ha desarrollado en una rica trayectoria profesional.
Cuando me tocó decidir mi carrera universitaria, estaba indecisa entre psicología y arquitectura. Finalmente, opté por arquitectura, aunque tenía ideas bastante ambiguas al respecto. Sin embargo, a medida que me adentraba en la carrera, me sorprendía cada vez más la diversidad de aspectos que me interesaban y que estaban relacionados con esta disciplina. La capacidad que tienen los arquitectos para influir en la vida de las personas me resultaba sumamente interesante: deciden cómo la gente va a vivir, qué espacios van a habitar y cómo esos espacios van a moldear sus experiencias, emociones y comportamientos.
Me sumergí por completo en el mundo del diseño arquitectónico, convirtiéndome en una ávida lectora. En aquel entonces, no había tantas revistas digitales disponibles, así que mi amigo y yo esperábamos ansiosos la llegada de las revistas europeas impresas a la biblioteca del Tec. Pasábamos horas explorando estas publicaciones danesas, nórdicas y finlandesas, así como los libros provenientes de Barcelona que documentaban la arquitectura de una manera profunda y desde un enfoque analítico. Este proceso de investigación constante me llevó a descubrir nuevos aspectos y dimensiones.
Mi trayectoria en arquitectura me llevó a una experiencia clave en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, donde realicé voluntariado y servicio social. Este fue un momento crucial en mi carrera, ya que representó una conexión entre la arquitectura y el arte.
Formé parte de un comité de curación en el museo y tuve la oportunidad de investigar y escribir ensayos para las exposiciones. Fue un cambio significativo para mí, ya que me permitió explorar un nuevo lenguaje y salir de la concepción tradicional de la arquitectura. Esta experiencia amplió mi horizonte y me impulsó a explorar otras formas de expresión artística y cultural.
Durante un tiempo, me involucré profesionalmente en el diseño de interiores y luego decidí ingresar al CEDIM, centro de estudios superiores de diseño de Monterrey, como profesora. Durante esos años, tuve la oportunidad de coordinar la carrera de diseño de interiores y arquitectura. Ahí se me abrieron las puertas a la multidisciplinariedad y entendí que había muchas formas, enfoques y lenguajes para trabajar y hablar sobre el diseño y arte. Fue en este contexto que surgió una materia de cerámica en la carrera de diseño industrial. Coincidentemente, en ese momento me había inscrito en un diplomado de antropología por sugerencia de un amigo que estaba realizando un documental.
Siempre me han atraído los estudios sociales y estaba en un período de introspección y cuestionamiento. La cerámica se cruzó en mi camino como una forma de expresar mis inquietudes y explorar cómo la tierra se transforma en el fuego y cómo puedo darle forma a través de procesos químicos y creativos.
Mi enfoque en la cerámica no es meramente funcional; la veo como una herramienta para abordar los temas que me interesan y como una forma de expresión personal. Buscaba algo que fuera completamente mío, algo en lo que pudiera sumergirme de manera profunda y que trascendiera la docencia. La cerámica se convirtió en ese proyecto personal, algo en lo que puedo seguir trabajando y explorando de por vida.
Al principio, cómo cualquier nuevo hacer, la cerámica me presentó un camino de aprendizaje en distintos temas: técnicos, químicos, el horno, la masa, los esmaltes. Me tomó un tiempo familiarizarme con el proceso y poder utilizarlo de una manera recíproca. No solo que él me sirviera a mí para materializar mis ideas, sino que también yo le podía conocer, escucharle, comprenderle y tener un diálogo abierto.
Después de unos años se ha convertido en un medio a través del cual puedo explorar temas y conceptos que me interesa explorar y aprender. Desde la relación entre la evolución de la humanidad, el cuerpo, la naturaleza hasta la importancia de la alimentación y el acto de comer.
Al relacionar el proceso de la cerámica con el ciclo de la vida, desde la tierra que nos nutre hasta los utensilios que empleamos para consumir los alimentos, encuentro una conexión profunda entre mi práctica artística y mi vida cotidiana. Este enfoque me ha llevado a valorar y apreciar los vínculos más íntimos y evidentes que a menudo pasamos por alto.
Para mí, trabajar con lo impreciso es algo que realmente disfruto. Aunque soy perfeccionista en ciertos aspectos de mi vida y mis ideas, cuando se trata de la cerámica, encuentro que abrazar las inconsistencias y las imperfecciones es esencial. Es un desafío constante con el que siempre estoy en diálogo, permitiendo que la arcilla me hable, me diga cuándo es el momento adecuado o cuándo necesita apoyo. Esta interacción me mantiene curiosa y me sumerge en una conversación creativa y enriquecedora.
Considero que esta idea de trabajar centrada en el proceso, más que si una pieza logra un objetivo o no, permitir que este sea el que guíe y dé respuesta al hacer, nos vuelve a conectar con la humanidad de los objetos.
Creo que en nuestras vidas, cualquier objeto, obra o pieza que nos regrese al reconocimiento humano en su proceso, nos conecta con ideas de movimiento, de historia, de transformación y de sabiduría. En un oficio como el de la cerámica, que igual nos sirve para hacer un plato que esculturas, conecta en distintos niveles civilizaciones enteras, formando así un registro vivo de cómo pensamos y qué hacemos.
Soy originaria de Monclova, Coahuila, una ciudad conocida por su clima árido. La conciencia sobre la procedencia de los alimentos llegó a mí en la adultez, aunque crecí en un entorno donde el cuidado de los animales y el aprovechamiento de los recursos del campo eran fundamentales, gracias a la influencia de mis abuelos ganaderos. Esta conexión con la tierra y la naturaleza ha marcado mi perspectiva sobre la alimentación y el uso responsable de los recursos.
En cuanto a mi trayectoria profesional, han pasado más de diez años desde que comencé en el mundo de la cerámica. Durante este tiempo, mi enfoque y mi perspectiva han evolucionado considerablemente. Inicialmente, me centré en la relación entre la cerámica y la comida, explorando cómo los materiales y los procesos de transformación se asemejan a los rituales culinarios.
Al principio, mi interés surgió del vínculo con la comida. Siempre he disfrutado cocinar, probar nuevos sabores y explorar la gastronomía en todas sus dimensiones. Hace más de diez años, en Monterrey, hubo un movimiento que amplió nuestra propuesta gastronómica, lo que me llevó a reflexionar sobre la importancia de la alimentación, sus orígenes y el proceso de transformación de los ingredientes. Paralelamente, comencé a notar similitudes entre el proceso de la cerámica y el proceso culinario: ambos implican la transformación de materiales a través del fuego y la intervención humana. Así, la cerámica se convirtió en una metáfora tangible de cómo la tierra nos provee tanto los alimentos que consumimos como los utensilios en los que los servimos.
Uno de los aspectos más emocionantes de esta línea de trabajo ha sido la colaboración con Mariana Bahena en su proyecto "Cenas Amarillas". Juntas, hemos explorado la intersección entre la cerámica, la comida y el paisaje, transformando una terraza en espacio para la creatividad y la reflexión. A través de cenas temáticas, que hemos llamado "paisajes en la mesa", fusionamos la experiencia culinaria con la estética de la cerámica cruda. Durante estas cenas, los alimentos y los elementos de cerámica se transforman gradualmente a lo largo de la noche, creando un diálogo entre el fuego, la tierra y la comida que invita a la contemplación y la conexión con la naturaleza.
Estoy trabajando actualmente en un proyecto centrado en el cuerpo y en cómo materializar la idea de nuestra conexión con él mientras vivimos. Hace dos años, participé en una feria con una serie de esculturas titulada "Los cuerpos que dejé ir". Esta serie surgió de una pregunta que me intrigó por un tiempo: ¿qué pasaría si mi cuerpo cambiara a la misma velocidad que lo hace mi mente? Esta reflexión personal sobre la relación entre mi mente y mi cuerpo me llevó a explorar la temporalidad de su evolución y a cuestionar la conexión entre ambos.
En la actualidad, sigo explorando el tema del cuerpo, aunque con una perspectiva diferente. Ahora exploro la idea del cuerpo como el gran lugar al que recurrir para pensar, sentir y dialogar. El cuerpo ya no debe llevar el ritmo de la mente, pero es desde el cuerpo el lugar en donde se hacen nuevas preguntas y se amplían los significados de lo que es relevante para mí.
Me he permitido que la parte instrumental de mi trabajo esté en relación directa con el cuerpo, creando obras que invitan a la interacción física y emocional. Son piezas que aún estoy procesando y entendiendo. En ellas intento presentarme en otro lugar en cada parte del proceso, permitiéndome más que mis manos en el proceso del hacer.
La cerámica, al igual que muchos otros oficios, ofrece diversas perspectivas y enfoques. Me encuentro constantemente en un estado de hibridez, donde una cosa me lleva a la otra, y veo los oficios como un espacio donde se entrelazan temas y se crean conexiones que trascienden la práctica en sí misma.
Mi experiencia con la cerámica ha sido un viaje acumulativo y evolutivo. He ido cambiando a lo largo del tiempo, explorando diferentes aspectos y dejándome guiar por la curiosidad. Para mí, la cerámica no es solo una disciplina, sino un tejido complejo y flexible, en constante movimiento y transformación.
En este sentido, considero que los oficios son una puerta de entrada a un mundo de posibilidades. He tejido mis propias redes de cómo aprovechar este oficio, descubriendo que hay múltiples formas de abordarlo y que la cerámica en particular es una disciplina vasta y abundante que permite una exploración continua y adaptable a las necesidades y curiosidades individuales.
Actualizamos nuestro aviso de privacidad, conócelo aquí